No más pochoclos, gracias.

Yo pensaba que con y por amor se podía salvar todo.
Como en algunas películas, pero en la vida real.
Vos le pusiste fin al rodaje; dejaste el material en crudo y elegiste el final que quisiste (o que pudiste).
Y yo me quedé en el cine viendo como desfilaban los títulos; como un espectador que siguió en carne viva la historia y el final lo desconcierta, lo golpea y lo deja en shock. Mudo, sin entender. Queriendo hablar con el autor para saber por qué escribió ese destino para los personajes; mientras los títulos terminan y el jefe de sala me avisa que tengo que abandonar el lugar.
Pasaron meses y aún no pude moverme de la butaca.

En este tiempo vi películas ajenas. Sin opinar. Sólo miré.
Otros días soñé películas para mi, pero siempre fracaso cuando está por llegar el final. No lo veo; no lo imagino. Al menos, no, “feliz”.
Incluso hasta intenté rodar una nueva película con nuevo partenaire y todo, pero no llegué a ser más feliz que Kate Winslet en Secretos íntimos, en donde, de hecho, es Muy infeliz.
Pero lo que no puedo, bajo ninguna circunstancia, es salir de la sala. Y en esta pantalla no pasan tu nueva película.
Decime morbosa, si te gusta, pero yo quiero saber (de vos).

Estar acá encerrada sin poder verte y sabiendo que no hacés nada para saber (de mi), mientras pasan en continuado las películas inventadas, las ajenas y las propias clase Z, todo parece tan absurdo y me mata de impotencia.
Pero lo inmóvil sigue sujetando mi cuerpo a la butaca.
Está oscuro.
Ahora, un grito.
Mio.
“Una de Woody Allen, por favor!!!”